Poco después de llegar a Mérida a estudiar, leímos en el patio de la facultad una suerte de contramanifiesto al concurso “Arquitectura Verde” del seminario dictado por el arquitecto James Wines (SITE). Invitado por la FAULA, Wines, sugería la demolición de los viaductos que unen las dos “bandas” de la ciudad como estrategia para conseguir un mejor Parque Albarregas. En lugar de una propuesta arquitectónica al uso, preferimos redactar aquel documento y confrontar lo que llamamos “una tabula rasa postmoderna”. Viendo como el ímpetu en tropel de aquel texto había arruinado en buena medida nuestra argumentación, al terminar, el profesor Salvatore Spina se nos acercó a preguntarnos: -Vale, pero ¿Cómo lo habría dicho Juan Pedro?
Salvatore se refería a los artículos del Arquitectura Hoy, aquel encartado semanal con el que el profesor Posani, junto a un grupo de arquitectos y jóvenes estudiantes, habían logrado construir un espacio de reflexión sobre la arquitectura venezolana que fue una referencia en aquellos años noventa. Desde entonces cada semana salíamos a cazar el arquitectura por los kioscos de la ciudad, para luego discutir sus artículos. ¿Qué dijo Juan Pedro esta semana?¿Qué te parece lo de Sato? ¿Eso es de María Elena Ghersi? ¿Viste lo de Azier Calvo?.
Aquel pequeño encartado, mantenido con esfuerzo por diez años, formó nuestro interés por las sinergias entre teoría y práctica, y nuestra convicción de que éstas encontrarían sentido en la comprensión de la situación geografía, social, económica en que vivamos. De esa época recuerdo especialmente dos artículos: “Una embajada con mago Chutney”, sobre la valores y potencialidad de la arquitectura tropical y ”El Negocio de la Arquitectura”, una advertencia de cómo salirle al paso a aquella mercantilización de la ciudad que venía desactivando el pensamiento crítico en la práctica arquitectónica.
Tiempo después, al conocer sus edificios, pudimos comprobar la coherencia de su obra construida con aquellos textos. Su aprecio por lo común, por las pequeñas escalas y las cosas menudas y su admiración por los oficios de la construcción.
Héctor Rangel
Salvatore se refería a los artículos del Arquitectura Hoy, aquel encartado semanal con el que el profesor Posani, junto a un grupo de arquitectos y jóvenes estudiantes, habían logrado construir un espacio de reflexión sobre la arquitectura venezolana que fue una referencia en aquellos años noventa. Desde entonces cada semana salíamos a cazar el arquitectura por los kioscos de la ciudad, para luego discutir sus artículos. ¿Qué dijo Juan Pedro esta semana?¿Qué te parece lo de Sato? ¿Eso es de María Elena Ghersi? ¿Viste lo de Azier Calvo?.
Aquel pequeño encartado, mantenido con esfuerzo por diez años, formó nuestro interés por las sinergias entre teoría y práctica, y nuestra convicción de que éstas encontrarían sentido en la comprensión de la situación geografía, social, económica en que vivamos. De esa época recuerdo especialmente dos artículos: “Una embajada con mago Chutney”, sobre la valores y potencialidad de la arquitectura tropical y ”El Negocio de la Arquitectura”, una advertencia de cómo salirle al paso a aquella mercantilización de la ciudad que venía desactivando el pensamiento crítico en la práctica arquitectónica.
Tiempo después, al conocer sus edificios, pudimos comprobar la coherencia de su obra construida con aquellos textos. Su aprecio por lo común, por las pequeñas escalas y las cosas menudas y su admiración por los oficios de la construcción.
Un interés que le llevó a tratar al más ordinario de los materiales con el mayor cuidado, permitiéndole
encontrar, además de su aprovechamiento más eficiente, sus potencialidades más expresivas. Una línea de trabajo muy clara en el MUSARQ, ese ejemplo del “más con menos” que fue catalogado por algunos cuantos como un “simple galpón”, una afirmación con voluntad de ofensa que Juan Pedro aprovechó para reivindicar la sencillez y practicidad de los galpones frente a las “categorías estáticas” con las que se le oponían. Allí en el MUSARQ nos recibió siempre con la mayor generosidad.
Suyos son una serie de artículos publicados en el blog del Museo entre 2012 y 2014 sobre los retos que suponía para nuestra sociedad la ocupación de la Torre de David. Con el más joven de los ánimos, suscribió las posiciones que surgieron en el debate abierto con las comunidades realizado en agosto de 2014 en el Teresa Carreño: “El destino de la Torre debe estar enmarcado en su utilidad social para la ciudad”, escribió. Propuso el camino menos fácil: reciclar junto a sus habitantes este símbolo del fraude bancario, mediante un proceso que diera espacio a una “participación ciudadana inteligente” y que nos permitiera superar la segregación clasista de la ciudad. De lo que hagamos con la torre, diría, “se podrán discernir nuestros verdaderos valores y nuestra cultura urbana”.
En diciembre de 2018 recibí una entrada de su blog Un Viejito Inquieto, ese espacio más íntimo con el que pudimos conocer sus reflexiones en los últimos años. Su relato “La golondrina y la lagartija”, cuenta cómo su encuentro con las formas de vidas más frágiles le habían marcado desde su niñez y acompañaron su consciencia del espacio. Es también una apuesta por una arquitectura abierta a la experiencia que nos permita sentirnos parte del mundo de las lagartijas, el moho y los pájaros. Una arquitectura topográfica, como esas montañas de Renaudie, que nacen a pie calle y que nos recordó tantas veces.
Agradezco la invitación del profesor Juan Pedro Posani, a encontrar ahí fuera las claves para la construcción de una sociedad comprometida con la vida.
encontrar, además de su aprovechamiento más eficiente, sus potencialidades más expresivas. Una línea de trabajo muy clara en el MUSARQ, ese ejemplo del “más con menos” que fue catalogado por algunos cuantos como un “simple galpón”, una afirmación con voluntad de ofensa que Juan Pedro aprovechó para reivindicar la sencillez y practicidad de los galpones frente a las “categorías estáticas” con las que se le oponían. Allí en el MUSARQ nos recibió siempre con la mayor generosidad.
Suyos son una serie de artículos publicados en el blog del Museo entre 2012 y 2014 sobre los retos que suponía para nuestra sociedad la ocupación de la Torre de David. Con el más joven de los ánimos, suscribió las posiciones que surgieron en el debate abierto con las comunidades realizado en agosto de 2014 en el Teresa Carreño: “El destino de la Torre debe estar enmarcado en su utilidad social para la ciudad”, escribió. Propuso el camino menos fácil: reciclar junto a sus habitantes este símbolo del fraude bancario, mediante un proceso que diera espacio a una “participación ciudadana inteligente” y que nos permitiera superar la segregación clasista de la ciudad. De lo que hagamos con la torre, diría, “se podrán discernir nuestros verdaderos valores y nuestra cultura urbana”.
En diciembre de 2018 recibí una entrada de su blog Un Viejito Inquieto, ese espacio más íntimo con el que pudimos conocer sus reflexiones en los últimos años. Su relato “La golondrina y la lagartija”, cuenta cómo su encuentro con las formas de vidas más frágiles le habían marcado desde su niñez y acompañaron su consciencia del espacio. Es también una apuesta por una arquitectura abierta a la experiencia que nos permita sentirnos parte del mundo de las lagartijas, el moho y los pájaros. Una arquitectura topográfica, como esas montañas de Renaudie, que nacen a pie calle y que nos recordó tantas veces.
Agradezco la invitación del profesor Juan Pedro Posani, a encontrar ahí fuera las claves para la construcción de una sociedad comprometida con la vida.
Todo mi cariño a sus familiares, especialmente a Paola, un referente de constancia e integridad que siempre nos recuerda el noble carácter de su padre.
Héctor Rangel
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